TANGOMANGOS: 500 años después
Marcos Antonio Marte Espino | Maestría de
Historia Dominicano | 21-07-2013
Hará aproximadamente
cuatrocientos años, durante los años 1605 y 1606, tuvo lugar en la Hispañola,
lo que la historia registra como Las Devastaciones de Osorio. Miles de
habitantes de la banda norte fueron inicialmente conminados y, debido a su
resistencia, obligados posteriormente -manu militari- por el Gobernador Antonio
Osorio, a abandonar sus haciendas y poblados, y trasladarse a lugares más
próximos al centro político y militar que era la ciudad de Santo Domingo. Las
autoridades, con tropas traídas desde Puerto Rico, procedieron a destruir,
quemar todo lo que no pudo ser trasladado, para evitar el retorno de las
familias. Una invaluable riqueza se perdió en aquel viacrucis forzado, seres
humanos, ganado y otros enseres. Un mayúsculo atropello, comparable en nuestros
días, al albanokosovar.
¿Por qué?: esas poblaciones
comerciaban activamente con mercaderes franceses, ingleses y holandeses y no
con la Casa de Contratación de Sevilla. Mientras ésta compraba barato y vendía
caro, aquellos pagaban más por los cueros nativos y vendían a mejor precio los
bienes de sus manufacturas. Fue una reacción de los isleños a la marginación
por la Corona, puesta de relieve por el cabildo de Santo Domingo en carta al
Rey, en fecha tan temprana como 1556, citada por Carlos Esteban Deive en "Tangomangos",
en la que se solicitaba mayor flujo comercial, mayor presencia de buques pues,
de lo contrario, estarían en la isla "como presos en ella y condenados a
comer por onzas, de más del daño grandísimo que recibimos cosecha y fruto de
nuestras haciendas.
Como es natural, hubo
resistencia, enfrentamientos militares; alcaldes como Hernán Montero de la
Yaguana, sacerdotes como Méndez de Redondo, blancos, mulatos y negros no
recibieron bien la disposición que afectaba sus intereses y sus ilusiones de
progreso y bienestar. La Corona española argumentó que los mercaderes
extranjeros violaban la soberanía española sobre la isla y sus habitantes
(contrabando), eran enemigos de España y, lo peor, abjuraban de la fe católica.
Se mencionó la introducción de biblias luteranas. Hechos similares ocurrieron
en otras islas del Caribe, con menor intensidad. Un conflicto de orden económico
y jurídico (la Casa de Contratación de Sevilla y el monopolio) fue abordado
como un atentado a la identidad espiritual y local (católica y española),
aunque lo adecuado es decir que fue manipulado en la "opinión
pública", torcido, hacia extremos fundamentalistas y, resuelto, en
consecuencia, por la vía militar.
"Los hechos que, a partir
de entonces, se sucedieron en la colonia, afirma el historiador Carlos Esteban
Deive, modificarían su fisionomía hasta tal grado que la historia de hoy
aparece estrecha e indisolublemente ligada a dicho proceso de
destrucción." Otro historiador dominicano, Emilio Rodríguez Demorizi,
citado por Deive, sostiene que "las devastaciones liquidaron por completo
el fundamento de la colonización españólense mantenida durante cien años,
hicieron desaparecer la riqueza y población de más de la mitad del país y
propiciaron que la isla se convirtiese en refugio de bucaneros y, luego, en
posesión extranjera". Haití, así como las penurias y el retraimiento
económico general que produjo por lo menos hasta principios de 1700, cuando se
habilitaron otros puertos además del de Santo Domingo, son el resultado de
aquel acontecimiento, "obra de la insensatez y miopía política y económica
de la Corona".
Las Devastaciones de Osorio constituyen,
junto a la rebelión de Roldán y al cimarroneo, una disrupción en la
construcción de la identidad de los habitantes de la Hispañola. Los isleños
tenían ya intereses propios, distintos a los de la Corona, tuvieron el ánimo de
defenderlos y, su alma, forjada bajo nuevas relaciones, era ya "otra
cosa", comenzaba a manifestarse criolla. Sin embargo, la perspectiva
criolla necesitó dos siglos y medio más de maduración, en ocasión de la
Independencia y de la Restauración para hacerse, además, dominicana.
Para 1605-1606 la Corona
española frustró la vinculación libre de los criollos con el mercado mundial.
Aislados, acosados, limitados por el oscurantismo económico y espiritual han
debido posponer hasta nuestros días la ruptura del cerco. El tema no se agota.
La perspectiva ciudadana, "la vitalidad popular" (Monsiváis) que
incorpora la Sociedad Civil brinda una refrescante mirada de la construcción de
identidades en tiempos de globalización acelerada.
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